sábado, 9 de noviembre de 2013

Tiempo Humano.

-Vengo sola, no sé a dónde ir -Dijo Samantha con respiración agitada- Lo vi, me empezó a seguir y de pronto ya no estaba, caminé otra cuadra, aumenté el paso y cuando volteé hacia atrás ya no había solamente uno, ya eran tres, ahí fue cuando empecé a correr...

-¡Dios! Qué bueno que has tocado, estaba en la cocina preparándome un té, no podía dormir -Contestó la anciana que ofreció a la joven pasar a su casa para protegerse- Fue cuando escuché tus gritos y golpes en la puerta... Dios, no puede ser que siga pasando...

¿Que siga pasando? -Pensó Samantha, sin decir una sola palabra- No podía quitarse la imagen de esos tres remedos de humano que la seguían: De andar lento, pesado pero constante, vestidos con harapos negros, a la mirada rápida de Samantha parecían túnicas. Primero fue uno, después tres, los tres entonando una canción lenta y vacía que aumentaba de ritmo con cada paso que daban, no entendía qué decían y la verdad, no quería saberlo.

Eran las 3:56 a.m. y ella estaba sentada en la vieja cocina de madera de una desconocida, esperando una taza de té, que la señora había ofrecido para calmar los nervios. 

-Señora, le agradezco mucho lo que ha hecho por mi, pero no puedo evitar preguntarle ¿Por qué dijo que si seguía pasando? ¿Usted los ha visto?- Preguntó mirando fijamente a
la anciana. 

-Niña ¿Qué estás haciendo aquí a estas horas? No vives en el barrio... 

-Tuve un problema... Estaba con un amigo, tuvimos una discusión y salí corriendo del lugar, corrí lo más rápido que pude y de pronto ya no supe dónde estaba, me detuve y apareció el primero de los ¿Qué son esas cosas señora? ¿Qué me estaba siguiendo?

-¿Salir corriendo de una discusión? Suena algo extremista ¿No crees? -Dijo la anciana viendo a Samantha dar el tercer sorbo al té.

-Bueno, este... El problema es que... -Se quitó la chamarra, en el brazo izquierdo tenía una herida de arma blanca, una navaja o cuchillo al parecer- ¿Puede ayudarme?

-¡Madre Santa! Niña ven acá -La señora llevó a Samantha hasta su recámara, le pidió que se recostara en la cama mientras ella buscaba algo para auxiliar a la joven que seguía preguntándose qué era lo que la había seguido. 

Por un momento, Samantha se quedó sola en el dormitorio de la anciana, muebles viejos y descuidados, una cama amplia con un poste de metal en cada una de las esquinas, la luz era muy tenue, un espejo muy grande a un costado del armario de madera que tenía figuras bíblicas talladas en sus puertas. 

Se levantó de la cama impaciente y comenzó a verse en el espejo, quería saber cuál era el estado real de la herida en el brazo, daba vuelta, regresaba, otra vuelta: El cuchillo había alcanzado desde el frente, hasta la parte posterior casi llegando a la espalda, empezó a escurrir sangre en el piso de la habitación.

-Señora -Llamó Samantha, no recibió respuesta alguna. -Señora ¿Dónde está? -Nadie contestó nada. 
Decidió salir de la habitación, pero al momento de mover un pie, vio como en el espejo pasó lo que se asemejaba a una sombra rápida, echó un paso para atrás y el corazón empezó a latir más rápido, tomó sus cosas y se dirigió a salir de la habitación, al abrir la puerta, se encontró con un escenario que la congeló: Cinco hombres vestidos con capuchas y túnicas viejas y destrozadas por el tiempo, se encontraban rezando, diciendo oraciones y pidiendo perdón con las manos viejas y llenas de arrugas, empapadas en sangre, alrededor del cuerpo inmóvil, ensangrentado y que parecía haber sido deshidratado, la piel estaba pegada a los huesos de la señora que hacía unos momentos, la había ayudado. 

Los cinco hombres voltearon la vista hacia Samantha, ella estaba inmóvil, uno de ellos se acercó, la miró fijamente a los ojos, a solo unos 30 cm de distancia y le dijo:
-Te hemos entregado la casa, ya tienes lo que querías, ahora déjanos ir a donde nos corresponde, no debemos estar más tiempo entre humanos.






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