-Vengo sola, no sé a dónde ir -Dijo Samantha con respiración agitada- Lo vi, me empezó a seguir y de pronto ya no estaba, caminé otra cuadra, aumenté el paso y cuando volteé hacia atrás ya no había solamente uno, ya eran tres, ahí fue cuando empecé a correr...
-¡Dios! Qué bueno que has tocado, estaba en la cocina preparándome un té, no podía dormir -Contestó la anciana que ofreció a la joven pasar a su casa para protegerse- Fue cuando escuché tus gritos y golpes en la puerta... Dios, no puede ser que siga pasando...
¿Que siga pasando? -Pensó Samantha, sin decir una sola palabra- No podía quitarse la imagen de esos tres remedos de humano que la seguían: De andar lento, pesado pero constante, vestidos con harapos negros, a la mirada rápida de Samantha parecían túnicas. Primero fue uno, después tres, los tres entonando una canción lenta y vacía que aumentaba de ritmo con cada paso que daban, no entendía qué decían y la verdad, no quería saberlo.
Eran las 3:56 a.m. y ella estaba sentada en la vieja cocina de madera de una desconocida, esperando una taza de té, que la señora había ofrecido para calmar los nervios.
-Señora, le agradezco mucho lo que ha hecho por mi, pero no puedo evitar preguntarle ¿Por qué dijo que si seguía pasando? ¿Usted los ha visto?- Preguntó mirando fijamente a